09 diciembre 2008

Steven Wilson

Insurgentes, o los oscuros demonios que murmuran ruidos...El disco solitario del frontman de Porcupine Tree era esperado por muchos. Un genio revelándose desde hace algún tiempo en múltiples proyectos, y siempre dando el toque personal y reconocible, de que existe un cierto arte en su trabajo. Una búsqueda constante y sofisticada, que hoy nos llega más pura y personal que nunca en un puñado de canciones de corte rock progresivo y ambiental.

Hace un tiempo en un carrete les preguntaba a algunos amigos muy conocedores de música sobre cuál era la música del siglo XXI, qué grupos eran los que habían logrado atrapar la esencia de la época, el zeitgeist. Tras intentar resolver la inquietud presentada, ninguno me pudo mencionar siquiera uno que me convenciera. Pero de los ´90, fácil, los 80, más fácil quizás...
Preocupante, especialmente para tipos como yo que esperan que la música sea el adhesivo con el que los recuerdos se pegan a la memoria, que van armando la banda sonora de la vida, que asocian ineludiblemente discos con lugares, con personas.

Y heme aquí, reconociendo en Insurgentes lo que había esperado de la música de este siglo. La calidad, antes que nada, la sensibilidad, la experimentación, la mística, la técnica, todo amalgamado para crear melodías de una exquisita finura, sin descartar recursos sónicos para transmitir sensaciones oscuras, de soledad, de inquietud, de demonios interiores. De fríos días de soledad, de batallas internas, de lugares siempre extraños. Ruidos y melodías chocando en un equilibrio salvaje. La tranquila belleza de lo que no se comprende, pero que te llega de extrañas formas.

Un disco para quedarse tranquilo con el mundo, con los tiempos que corren, para calmar los demonios que piden a gritos alimento para sus oscuras almas.